sábado, 17 de abril de 2021

Kasual encuentro


Versión 1

Te encontré frente a la K, aquella tarde áspera de lluvia inerte, junto a Keats y Kavafis, mientras en el exterior el agua se escurría perezosa sobre sí misma. Tú buscabas algo de Marie Luis Kaschnitz, lo admitiste después; pero me hallaste a mí, que ni siquiera empiezo por K. "Siempre has estado jodidamente fuera de lugar",  me definiste en cierta  ocasión,  y no  creo que estuvieras nunca más acertada.


                                                                       _____


Él,  confiesa no  saber qué hacía esa tarde de abril en aquella librería, añeja y desconocida, cuando debía estar sentado en el sillón clínico de su dentista. Entró para curiosear, pero puede que lo hiciera sólo porque intuía que ella estaba allí: cosas de la serendipia, sin duda.

—Me gustaría ayudarte —le dijo a la brillante y lacia melena castaño-rojiza, tras la que se escondía lo que sólo podía ser un bello rostro.

En el recuerdo de él,  ese fue el principio de todo. Aunque no parece que ambos estén plenamente de acuerdo. 
La melena  tornasolada se giró  y el encuentro con los dos dardos color miel le hizo presagiar que el resto no iba a ser fácil.

—¿Trabajas aquí? —fue la pregunta de ella.
—No, pero aun así me gustaría ayudarte —insistió él, parapetándose detrás del  gesto que  pretendía que ella aceptara  como una seductora sonrisa.

Estaba preparado para encajar alguna frase como: “¿Se puede saber de qué vas?” “¿No tienes otra cosa mejor que hacer?”. Pero la lógica inesperada de la repuesta le dejó tan aturdido como desnudo de argumentos ante aquellas estanterías repletas de viejos libros.

—Entonces… ¿quién eres? —preguntó la muchacha con fría naturalidad.
—Soy...

El lomo de un ejemplar de "El Guardián Entre el Centeno" le salto a los ojos desde uno de los estantes cercanos, acudiendo providencialmente en su ayuda.

—Soy el guardián, el guardián del secreto —improvisó.

La sombra de escepticismo nublando la mirada de la joven,  semidescubrió la parte más inquietante  de un pensamiento que no auguraba nada bueno: "Otro gilipollas inmaduro, alucinando con Dragones y Mazmorras"

—¿Y cuál es ese secreto? —inquirió ella, después de unos tensos segundos. Él adivinó que estaba a punto de zanjarse la incipiente relación, si no acertaba con la adecuada réplica.
—Si te lo digo ya no sería un secreto y entonces... —ella pareció conceder una tregua que permitió al hombre bucear en  los ojos femeninos y apreciar una sombra de duda.
—Quizás... ¿tendrías que matarme?

En ese momento él especuló con la posibilidad de que hubiera pasado lo peor

—En absoluto —responió —creo que tendría que matarme yo.

Esta vez  pareció que era a ella a quien embargaba la sorpresa. 

—Es que... no puede haber dos guardianes —prosiguió él —si el secreto es revelado,  el anterior guardián debe morir.
—O sea, que tu desdichado antecesor tuvo que quitarse voluntariamente de en medio para que tú ascendieras de categoría —la expresión divertida pintada en el juvenil semblante, fue la mejor invitación que él pudo recibir para seguir urdiendo.
—Para nada, el tipo murió de viejecito. Yo simplemente pasaba por allí y él me transmitió el secreto. Desde entonces soy yo el guardián.


                                                                      _____

Aquella misma noche acepté cenar contigo en el romántico y acogedor bistró donde, luego me lo confesaste, nunca habías llevado a una cita la primera vez. Después, y aunque no recuerdo haberte invitado, acabaste durmiendo en mi cama; en mi, según tus palabras, bohemio y caótico apartamento de estudiante de arte emancipada. Sí recuerdo que navegásemos algún océano de piel al amparo de la penumbra. Creo que incluso alcanzamos el confín del universo en un par de ocasiones, pero he  olvidado si desayunamos juntos a la mañana siguiente.


Versión 2

Te encontré frente a la K aquella tarde áspera de lluvia inerte  —junto a Keats y Kavafis— mientras que en el exterior el agua se escurría perezosamente sobre sí misma. Tú buscabas algo de Marie Luis Kaschnitz, lo admitiste después; pero me hallaste a mí que nunca empecé por K.  "Siempre has estado jodidamente fuera de lugar",  te he escuchado en varias ocasiones;  como si me marcaras. Sospecho que siempre estuviste en lo cierto.


Ni siquiera sé que hacía esa tarde de abril en aquel librero de antiguo, cuando debería ir camino del sillón clínico de mi dentista. Entré para curiosear, pero puede que lo hiciera sólo porque tú estabas allí; aunque se supone que eso debería de ignorarlo: cosas de la serendipia, sin duda.
—Me gustaría ayudarte —le dije a la brillante y lacia melena castaño-rojiza que casi ocultaba tu rostro.
Yo siempre quise creer que ese fue el principio de todo, pero tú siempre te has obstinado en negarlo. La melena de pulido tornasol se giró hacia mí y el encuentro con los dos dardos de color de miel me hizo presagiar que el resto no iba a ser precisamente fácil.
— ¿Trabajas aquí? —recuerdo que me preguntaste.
—No, pero aún así me gustaría ayudarte —insistí parapetándome detrás del gesto que yo pretendía que tú aceptarás como una seductora sonrisa.
Estaba preparado para encajar alguna frase como: “¿Se puede saber de qué vas?” “¿No tienes otra cosa mejor que hacer?” . Pero la lógica inesperada de tu repuesta me dejó tan aturdido como desnudo de argumentos ante aquellas estanterías repletas de viejos libros.
—Entonces… ¿quién eres? —preguntaste con desconcertante naturalidad.
—Soy...
Un ejemplar de "El Guardián Entre el Centeno" saltándome a los ojos desde uno de los estantes, acudió providencialmente en mi ayuda.
—Soy el guardián, el guardián del secreto —improvisé.
La sombra de escepticismo nublándote la mirada me descubrió la parte que en ese momento más podía interesarme de  tus pensamientos: "Otro gilipollas inmaduro, alucinando con Dragones y Mazmorras"
— ¿Y cuál es ese secreto? —dijiste, y adiviné que estabas a punto de zanjar nuestro encuentro, si yo no acertaba con la adecuada réplica.
—Si te lo digo dejaría de ser un secreto, y entonces... —me concediste ese único segundo que me permitió bucear en tus ojos y apreciar una sombra de duda.
—Quizás... ¿tendrías que matarme?
En ese instante especulé con la posibilidad de que hubiera pasado lo peor
—En absoluto —respondí —creo que tendría que matarme yo.
Esta vez me pareció que la sorpresa te embargaba a ti
—No puede haber dos guardianes —proseguí —si el secreto es revelado,  el anterior guardián... debe morir.
—O sea, que tu desdichado antecesor tuvo que quitarse voluntariamente de en medio para que tú ascendieras de categoría —la expresión divertida pintada en tu rostro me animó a seguir inventando.
—Para nada, el pobre murió de viejecito. Yo simplemente pasaba por allí y el tipo me transmitió el secreto. Desde entonces soy yo el guardián.

                                                                      _______________


Te encontré frente a la K aquella tarde lluviosa;  junto a Keats y Kavafis. Buscaba algo de Marie Luis Kaschnitz; pero te hallé a ti que nunca empezaste por K.
Aquella misma noche acepté cenar contigo en el romántico y acogedor bistró donde, luego me lo confesaste, nunca habías llevado a ninguna de tus citas la primera vez.  Después, y aunque no recuerdo haberte invitado, acabaste durmiendo en mi cama; en mi, según tus palabras, bohemio y caótico apartamento de estudiante de arte emancipada. Sí recuerdo que navegamos océanos de piel al amparo de la penumbra. También creo que alcanzamos algún confín de volátiles universos en un par de ocasiones.  Pero no consigo recordar si desayunamos juntos  la mañana siguiente.

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